Estamos todos invitados a compartir este Rosario diocesano en la fiesta de La Visitación de la Santísima Virgen María. Será un hermoso cierre para el mes dedicado a Nuestra Madre del Cielo.
Estamos todos invitados a compartir este Rosario diocesano en la fiesta de La Visitación de la Santísima Virgen María. Será un hermoso cierre para el mes dedicado a Nuestra Madre del Cielo.
El 31 de mayo a las 19:30 h se llevará a cabo el Rosario diocesano en la Basílica de la Virgen del Camino. Esta celebración contará con la participación activa de varios alumnos del Colegio Peñacorada, quienes ayudarán dirigiendo algunos de los Misterios y leyendo textos.
Para aquellos interesados en participar en la peregrinación opcional, esta comenzará a las 17 h desde la explanada de San Marcos. La peregrinación es una oportunidad para prepararse antes de llegar a la Basílica.
No olvides llevar una flor para ofrecérsela a la Virgen del Camino. Este acto de devoción y fe es una excelente manera de concluir el mes mariano, demostrando nuestro amor y veneración por Nuestra Madre del Cielo. Únete a nosotros y participa en este evento especial.
El Lignum Crucis, el mayor trozo de la Santísima Cruz venerada en la cristiandad, peregrinará a León los días 20 y 21 de abril como parte de su recorrido desde Santo Toribio de Liébana hacia Astorga.
Veneración en la Catedral de León El sábado 20 de abril, a las 12:30, se celebrará una Misa en la Catedral de León, al término de la cual los asistentes podrán venerar la preciada reliquia del «Lignum crucis».
Historia y Tradición Esta reliquia, traída de Jerusalén por Santo Toribio en el siglo V, se custodia en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, cerca de Potes, Cantabria. La visita a León se realiza en el contexto del Año Santo Lebaniego 2023-2024, y ha sido posible gracias al ofrecimiento de la Cofradía de la Santísima Cruz de Santo Toribio de Liébana y la autorización del Obispo de Santander.
Indulgencia Plenaria La Santa Sede ha concedido Indulgencia Plenaria a quienes, habiendo confesado y comulgado según las condiciones de la Iglesia, acudan a adorar la Reliquia del Lignum Crucis durante su visita a nuestra diócesis.
Esta visita nos invita a redescubrir el sentido y el valor de la Cruz en la vida cristiana. Por la Cruz nos llegó la vida y por ella vino la salvación. Es una oportunidad única para todos los diocesanos de León de rendir culto a esta preciada reliquia y conectarse con nuestra historia y tradición cristiana.
Pascua viene de una palabra hebrea que significa paso. El paso de Dios para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado, del demonio y de la muerte.
El encuentro de la mañana del domingo de Resurrección. Cuando le cambian el manto a la Virgen, el de color negro por el blanco y sueltan palomas blancas en el cielo de Benavente» así expresaba un alumno del Colegio Peñacorada (León) cuál es su momento preferido de la Semana Santa. El encuentro de la imagen de la Madre de Jesús con la imagen de su Hijo resucitado. Después del dolor por los padecimientos y la muerte de Jesús, a los que ella se unió diciendo sí al plan de nuestra salvación. Después de la espera de fe, el cumplimiento de las promesas de Dios, de su Hijo en cuanto hombre: ¡Jesús resucita! Ha abierto, para quien quiera atravesarlas, las puertas de la amistad con Dios, nos quiere llevar con Él junto al Padre. Y para eso nos envía el Espíritu Santo.
El Domingo de Resurrección comienza en la Iglesia el tiempo de Pascua. Pascua viene de una palabra hebrea que significa paso. El paso de Dios para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado, del demonio y de la muerte. De este paso era figura el paso de Dios para liberar a Israel de la esclavitud de Egipto. Durante cincuenta días celebramos que Dios ha cumplido sus promesas en Cristo, nos ha librado. Con Jesús, podemos morir al pecado y vivir una vida nueva, participando en su filiación.
Esta participación es algo que recibimos en nuestro Bautismo y que se alimenta y crece con la Comunión Eucarística. Por eso la Iglesia señala la Pascua como un tiempo muy adecuado para las Primeras Comuniones y pide a todos -con uno de los mandamientos de la Iglesia- prepararse para comulgar y recibir a Jesús en la Eucaristía al menos una vez durante estos cincuenta días. También se procura con especial dedicación llevar la Comunión a los enfermos.
Cincuenta días celebrados con alegría. El sacerdote celebra la Eucaristía revestido de blanco, el cirio pascual resplandece y entorno al altar hay abundancia de flores, la música suena con profusión en el templo ¡Aleluya! Es la exclamación de alegría, de alabanza que la Iglesia conserva directamente en hebreo. Alegría que se derrama desde Cristo, nuestra esperanza a todos los que quieran recibir su saludo “Paz a vosotros”, creer en Él, acoger su amor y con su ayuda ir amando de un modo nuevo -como Él nos ha amado-.
Un obispo de los primeros siglos decía que el tiempo de Pascua es como «un gran domingo». Domingo significa día del Señor, de Jesucristo, en el que ha vencido y nos muestra que puede cumplir sus promesas. Por eso, el mejor modo de celebrar la Pascua es poner todos los medios para celebrar la Eucaristía con nuestros hermanos cada domingo. Recorrer la Pascua escuchando a Jesús que nos habla con su Palabra en la Iglesia, y hace presente su entrega de amor en el Calvario sobre el altar. Y, si estamos en gracia de Dios, con el corazón libre de pecado grave, comulgar. Vivir los cincuenta días como al principio de la Iglesia, reunidos en oración con los Apóstoles, las santas mujeres y especialmente con María, la Madre de Jesús. Así culminaremos esos cincuenta días de mayor encuentro con Jesús y de espera del Espíritu Santo -el Amor del Padre y del Hijo-, el domingo de Pentecostés.
Su Santidad el Papa Francisco a lanzado un mensaje a los fieles para la Cuaresma. Desde la capellanía del Colegio Peñacorada queremos hacer llegar el texto íntegro para que lo puedan leer y meditar las familias ahora que empezamos este tiempo de preparación para la Pascua del Señor.
Queridos hermanos y hermanas:
Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés en el monte Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios; la experiencia de la esclavitud todavía está impresa en su carne. Recibe las diez palabras de la alianza en el desierto como camino hacia la libertad. Nosotros las llamamos “mandamientos”, subrayando la fuerza del amor con el que Dios educa a su pueblo. La llamada a la libertad es, en efecto, una llamada vigorosa. No se agota en un acontecimiento único, porque madura durante el camino.
Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos.
La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.
El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo escucha: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8).
También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen.
En mi viaje a Lampedusa, ante la globalización de la indiferencia planteé dos preguntas, que son cada vez más actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). El camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles.
Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro; que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas. Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad.
Quisiera señalarles un detalle de no poca importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien ve, quien se conmueve y quien libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos.
Es decir, logra mantener todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo? El testimonio de muchos hermanos obispos y de un gran número de aquellos que trabajan por la paz y la justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios.
Se parece a esa añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar. El éxodo puede interrumpirse. De otro modo no se explicaría que una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos.
Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad.
Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido.
Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado.
Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.
Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará.
Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.
La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo.
Ay de nosotros si la penitencia cristiana fuera como la que entristecía a Jesús. También a nosotros Él nos dice: «No pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien, que se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder en cada comunidad cristiana.
En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: «Busquen y arriesguen, busquen y arriesguen.
En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto» ( Discurso a los universitarios, 3 agosto 2023). Es la valentía de la conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante.
Los bendigo a todos y a vuestro camino cuaresmal.
Roma, San Juan de Letrán, 3 de diciembre de 2023, I Domingo de Adviento.
FRANCISCO
El obispo de León pide a los leoneses que nos sumemos este martes 17 de octubre a la jornada de ayuno y oración por la paz en Tierra Santa a la que nos convoca el Patriarca de Jerusalén y que refrenda el Santo Padre.
El Patriarca Latino de Jerusalén, en nombre de los Ordinarios de Tierra Santa, ha convocado una jornada de Oración y ayuno para pedir por la paz y la reconciliación ante el odio y la violencia desatadas en Tierra Santa. D. Luis Ángel, Obispo de León, ha secundado esta convocatoria a la que el Papa Francisco ha encarecido que nos sumemos.
El Cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca latino de Jerusalén, ha invitado a rezar el Rosario en adoración eucarística en las Parroquias y comunidades. Desde el Colegio nos sumaremos. También en casa las familias pueden unirse en un rato de oración, quizá rezando algún misterio del Rosario.
Recomienzan las vigilias de oración de jóvenes con el Obispo. El 29 de septiembre a las 20:30 en la Iglesia de San Marcelo están convocados los jóvenes leoneses a unirse en oración con nuestro obispo.
Tras la tragedia del terremoto en Marruecos, el arzobispo de Rabat, el Cardenal Cristóbal López Romero, llama a los católicos a la «compasión y solidaridad«. Organizan la ayuda material a través de Caritas diocesana y llaman a la oración «para transformar en algo positivo este doloroso acontecimiento».
La Iglesia en Marruecos, a través del arzobispado de Rabat, se hace presente a todos los indemnizados por el reciente terremoto. El arzobispo ha lanzado un comunicado haciéndose cargo del dolor y expresando la cercanía de los Cristianos. Además de organizar la entrega de ayuda material a través de Cáritas Diocesana, el arzobispado pidió a las comunidades Cristianas que rezaran en Misa por los afectados por el sismo.
Pueden colaborar quienes así lo deseen a través de la siguiente cuenta:
AYUDAS PARA LAS VÍCTIMAS DEL TERREMOTO
Cuenta: 2100 8688 70 0200021336
IBAN: ES41 2100 8688 7002 0002 1336
LA CAIXA
Al comienzo de la Cuaresma, nuestro Obispo, el P. Luis Ángel de las Heras invita a los jóvenes de nuestra diócesis a participar en la próxima Vigilia de oración que como preparación a la JMJ de Lisboa están teniendo lugar los últimos viernes de mes hasta junio.
Las Vigilias de Oración con el Obispo se organizan el último viernes de mes a través de la Pastoral Juvenil. Este viernes, 24 de febrero es la Vigilia de este mes. Como en anteriores ocasiones, tendrá lugar en la Parroquia de San Marcelo a las 20:30h.
La Pastoral Juvenil de León pone a disposición de todos los interesados en asistir a la JMJ Lisboa 2023 un formulario de inscripción online.